sábado, 10 de febrero de 2018


El libro de la semana

CUMBRES DE ESPANTO, de Charles F. Ramuz

Decía Paúl Claudel con amargura: “La gente se reirá de nosotros dentro de cincuenta años cuando vea cuantos mediocres han sido convertidos en celebridades en una época en que Ramuz publicaba oscuramente sus novelas para gozo de un número reducido de lectores”. Desde que Claudel hizo estas declaraciones, la popularidad del más grande de los escritores suizos contemporáneos ha ido creciendo gracias a los numerosos estudios consagrados a su obra por pensadores de la talla de Romain Rolland, Heinrich Mann, Jacques Maritain y otros muchos. Ramuz, partiendo de la pintura de la realidad que lo rodea, llega a un estilo propio, sobrio y poderoso, un estilo “cósmico” por así decir; y en verdad, ninguna palabra podría explicar con igual exactitud a un escritor que pinta seres humildes, simples, sumergidos en una naturaleza poderosa y dominante, azotados por un soplo constante de eternidad.

SOBRE EL AUTOR Y LA NOVELA
Charles-Ferdinand Ramuz (1878-1947) es uno más de tantos escritores caídos en el olvido, no obstante sus indudables méritos y los halagüeños pronósticos de sus contemporáneos. La edición que nos ofrece Nortesur de Derborence (1934) solo puede calificarse de ejemplar, en todos los sentidos: edición, traducción y documentación excepcional; una magnífica ocasión para acercarnos a una de las obras más representativas de un escritor suizo en lengua francesa que hizo de la difícil vida montañesa de su país un universo literario particular.

Para escribir esta novela su autor se documentó, al parecer, en una catástrofe natural ocurrida en el siglo XVIII. Pero no nos engañemos, en Derborence Ramuz reescribe una vez más “su novela”, y quien lea Cumbres de espanto (1926) no dejará de apreciar la gran similitud que guardan los dos relatos. Frente a la inmensidad de la montaña, el hombre parece reducirse a un insignificante punto en el paisaje, casi invisible (es esta una perspectiva recurrente en ambas novelas). La montaña no es para Ramuz, desde luego, un locus amoenus, sino una madre cruel, bella hasta cortar el aliento, pero de una belleza teñida de espanto: un contraste abrumador, tanto como las verticales paredes rocosas que se levantan sobre Derborence. Un puñado de hombres y mujeres, prisioneros de la ignorancia y la pobreza, se esfuerzan por sobrevivir en un medio hostil, conservando los valores humanos de dignidad y lealtad. De todo esto brota la enorme fuerza del relato, en el que hallaremos descripciones de gran belleza y evocaciones de un encendido lirismo, que contrastan con la aparente tosquedad de los diálogos (no hay psicologías individuales). Se dibuja así el alma rústica de sus protagonistas: tanto el hombre como la montaña tienen sus aristas… Desaparecida de la noche a la mañana bajo toneladas de roca, Deborence accede, gracias a Ramuz, a la categoría de mito, configurando una imagen más de ese paraíso perdido que alimenta el desilusionado sueño de los hombres.

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