El libro de la semana
CUMBRES DE ESPANTO, de Charles F. Ramuz
Decía Paúl Claudel con
amargura: “La gente se reirá de nosotros dentro de cincuenta años cuando vea
cuantos mediocres han sido convertidos en celebridades en una época en que
Ramuz publicaba oscuramente sus novelas para gozo de un número reducido de
lectores”. Desde que Claudel hizo estas declaraciones, la popularidad del más
grande de los escritores suizos contemporáneos ha ido creciendo gracias a los
numerosos estudios consagrados a su obra por pensadores de la talla de Romain
Rolland, Heinrich Mann, Jacques Maritain y otros muchos. Ramuz, partiendo de la
pintura de la realidad que lo rodea, llega a un estilo propio, sobrio y
poderoso, un estilo “cósmico” por así decir; y en verdad, ninguna palabra
podría explicar con igual exactitud a un escritor que pinta seres humildes, simples,
sumergidos en una naturaleza poderosa y dominante, azotados por un soplo
constante de eternidad.
SOBRE EL AUTOR Y LA
NOVELA
Charles-Ferdinand
Ramuz (1878-1947) es uno más de tantos escritores caídos en el olvido, no
obstante sus indudables méritos y los halagüeños pronósticos de sus
contemporáneos. La edición que nos ofrece Nortesur de Derborence (1934) solo
puede calificarse de ejemplar, en todos los sentidos: edición, traducción y
documentación excepcional; una magnífica ocasión para acercarnos a una de las
obras más representativas de un escritor suizo en lengua francesa que hizo de
la difícil vida montañesa de su país un universo literario particular.
Para escribir esta
novela su autor se documentó, al parecer, en una catástrofe natural ocurrida en
el siglo XVIII. Pero no nos engañemos, en Derborence Ramuz reescribe una vez
más “su novela”, y quien lea Cumbres de espanto (1926) no dejará de apreciar la
gran similitud que guardan los dos relatos. Frente a la inmensidad de la
montaña, el hombre parece reducirse a un insignificante punto en el paisaje,
casi invisible (es esta una perspectiva recurrente en ambas novelas). La
montaña no es para Ramuz, desde luego, un locus amoenus, sino una madre cruel,
bella hasta cortar el aliento, pero de una belleza teñida de espanto: un
contraste abrumador, tanto como las verticales paredes rocosas que se levantan
sobre Derborence. Un puñado de hombres y mujeres, prisioneros de la ignorancia
y la pobreza, se esfuerzan por sobrevivir en un medio hostil, conservando los
valores humanos de dignidad y lealtad. De todo esto brota la enorme fuerza del
relato, en el que hallaremos descripciones de gran belleza y evocaciones de un
encendido lirismo, que contrastan con la aparente tosquedad de los diálogos (no
hay psicologías individuales). Se dibuja así el alma rústica de sus
protagonistas: tanto el hombre como la montaña tienen sus aristas… Desaparecida
de la noche a la mañana bajo toneladas de roca, Deborence accede, gracias a
Ramuz, a la categoría de mito, configurando una imagen más de ese paraíso
perdido que alimenta el desilusionado sueño de los hombres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario