martes, 4 de septiembre de 2018



Grandes pintores universales

PAUL  GAUGUIN:
el rebelde de Tahití

Al subastador le parecían realmente ridículos aquellos cuadros. Volvió uno cabeza abajo y dijo riendo estrepitosamente: "¡Vean ustedes... las cataratas del Niágara!" Y lo adjudicó por menos de quince francos. Otros siete se remataron a cinco francos, y hubo uno por el cual solo se pagaron dos francos.
El pintor Paul Gauguin acababa  de  morir  en  una  de las islas Marquesas, en el Pacífico, y sus efectos se estaban vendiendo en pública subasta para pagar sus deudas. Un pescador que se encontró  tres  cajones  repletos de  lienzos y dibujos en la pobre cabaña del artista, no se tomó el trabajo de venderlos, sino que los arrojó al mar. En  las islas esto se recuerda hoy como "el error del millón de dólares", lo que no es hipérbole, pues en 1959 un comerciante de cuadros pagó 369.000 dólares por un solo Gauguin, y de sus mejores pinturas se puede decir que ya casi no tienen precio. No habría escapado al maestro la ironía implícita  en tales  cifras, ya que en toda su vida la pintura no le produjo más de unos 75.000 francos.
A Gauguin, sin embargo, le tenían sin cuidado la seguridad económica y las comodidades. Su afán inextinguible fue el ideal.  Cuando  era  un acaudalado  corredor de bolsa sacrificó el lujo, el bienestar y hasta la civilización misma a su anhelo de pintar. Hoy está considerado como uno de los grandes de la  pintura moderna.  Van Gogh lo llamó maestro y Picasso reconoce la deuda que tiene con él. Infundió en todos los pintores un nuevo interés por el color y la forma en sus valores intrínsecos. Paul Gauguin nació en París en 1848. Sus padres fueron un oscuro periodista y una dama descendiente de grandes de España. A los diecisiete años abandonó los estudios y durante seis años recorrió los océanos como marinero. La ruda vida del mar fortaleció al débil muchacho, y sobre todo le inspiró el sueño que había de transformar su vida. Una noche, sentado sobre cubierta, oyó a un compañero describir la vida en los mares del Sur; mujeres bellas y complacientes, frutas que caían maduras de los árboles, noche del hechizo y un sol que brillaba todos los días, Gauguin se formó de aquello una imagen que no olvidaría jamás.
De regreso en París, a la edad de -veintitrés años, descubrió que tenía el don de ganar dinero en la bolsa de valores. Se empleó en una casa de corredores de bolsa, ascendió rápidamente, hizo juiciosas inversiones y pronto ganaba sumas que equivaldrían hoy a unos 200.000 francos anuales. Usaba sombrero de copa, iba en coche a su trabajo y era muy conocido en los restaurantes de lujo.
Como remate de esta carrera burguesa  y convencional, se casó con la hija de un funcionario  danés,  llamada  Mette Gad, rubia de temperamento calculador y práctico que vestía correctamente, ofrecía tés muy correctos para gente correcta y que con el tiempo dio a su marido cinco hijos. Pero en  esa  época  Gauguin  había  descubierto  ya la pintura. Al principio le gustó a su mujer que el buen proveedor hubiese encontrado una diversión tan inocente para entretener sus ocios domingueros. No se había percatado aún de que su esposo no era hombre de  hacer  nada a medias. Expuso este uno de sus cuadros, Estudio de desnudo (para el cual había servido de modelo la sirvienta de la casa), y un crítico lo llamó  el mejor  desnudo que se hubiera visto desde los tiempos de Rembrandt. En lo sucesivo comenzó a eclipsarse la  carrera  comercial  de Paul Gauguin, hasta que, a la edad de treinta  y cuatro años, se retiró de la oficina el artista incipiente para dedicarse en cuerpo y alma a la pintura.
Al cabo de un año no tenía un céntimo. Tuvo que vender su casa, con sus alfombras y muebles magníficos, y Mette se marchó a Dinamarca, donde los  hijos  tendrían por lo menos qué comer. Gauguin la siguió. Blanco del escarnio  burlón  de  los  daneses,  quienes  solo  veían  en él a un hombre que vivía a costa de su mujer y que pintaba lienzos risibles, regresó al cabo solo a París.
Gauguin ha sido censurado por el abandono de su  mujer y sus hijos; según  él,  sin  embargo, fue Mette  quien lo abandonó. Casi hasta el fin de su  vida  le  escribió cartas amorosas para suplicarle que volviese a su lado. "Quiéreme mucho -le decía desde Tahití, quince años después de su separación- , porque cuando regrese volveremos a ser amantes. Te mando un beso de amor, un abrazo de esposo". Ella nunca acudió a su llamada.
La leyenda de Gauguin comienza en 1885 con su regreso de Dinamarca a París. Vivió entonces en buhardillas desmanteladas y frías. Vestía andrajos y hasta llegó a trabajar pegando carteles a cambio de un salario mezquino. Habiendo oído decir que en Pont-Aven, en Bretaña, había una posada cuyo propietario  abría  crédito a los pintores, pidió dinero prestado para hacer el  viaje hasta allá. Producto de su estancia en Pont-Aven son sus paisajes desolados y sus mujeres bretonas arrodilladas.
Todavía sin un céntimo se trasladó a Arles, en el sur de Francia, para ir a vivir con su amigo Vincent van Gogh. La visita culminó en  un desastre para este último, en quien el choque temperamental con el amigo produjo un ataque de locura.
Gauguin regresó a Bretaña. Era hombre de inmensa vitalidad, y después de todo un  día de trabajo fuerzas para hacer tallas de madera y esculturas de mármol. Lo pintaba todo: las paredes, puertas y techo del comedor de la posada; sus zuecos, su bastón, su vestimenta.
Pese a la aprobación de unos pocos críticos, el público consideraba “grotesco” el arte de Gauguin, quien edad de cuarenta y dos años seguía sumido en la pobreza. Resolvió por tanto irse a los mares del Sur, a pintar y a vivir como un  primitivo;  su  sueño  dorado  se convertía al fin en realidad. Trataron de disuadirlo sus amigos, pero obstinado en su propósito logró obtener el dinero para el pasaje subastando sus cuadros.
Llegó a Tahití en 1891, alquiló una cabaña que dominaba una laguna en el interior de  la  isla  y  se  unió  a una joven indígena que le sirvió muchas veces de modelo.
Veintisiete meses después regresó a Francia con muchos lienzos extraordinarios, e  hizo  una  exposición más de cuarenta y cuatro cuadros, de los cuales solo pudo vender unos pocos (a un viejo amigo) por un total de quinientos francos. Un crítico escribió: “Si quiere usted hacer reír a sus niños, llévelos a la exposición Gauguin”.
Amargado por la crítica, y ya con cuarenta y siete años de edad, el artista regresó al Pacífico Sur para vivir los últimos y miserables años de su vida en Tahití primero después en la lejana Hiva Oa, del grupo  de las Marquesas. Había contraído una enfermedad para la cual en esa época no había curación; tenía, además, una pierna hinchada y cubierta de un eccema persistente. Sufría lo indecible. “Espero aquí como una rata en un tonel abandonado a las aguas”, escribió.
Muchos se imaginan a Gauguin tendido a la sombra del árbol del pan mientras bellas polinesias cantan y bailan en derredor de él para divertirlo. Si permanecía era porque sus pobres piernas enfermas ya no podían sostenerlo; y si los jóvenes le cantaban, era porque se estaba quedando ciego. “Mis luces están casi apagadas”, dijo a un médico. Había sido hombre limpio y esmeradísimo en su persona; sin embargo, solo e inválido, le tocó morir en una choza inmunda el año 1903, al lado de su último lienzo conocido: un nevado paisaje de Bretaña. ¡Extraño tema para un cuadro pintado en las idílicas islas de los mares del Sur!
Años  después de su muerte, ya encumbrado su nombre por la fama, empezó la arrebatiña de sus cuadros, con los que se topaban los coleccionistas en bares mancebías, pensiones. El artista los había dado a cambio de una botella de vino, una habitación para pasar la noche o un momento de placer. Casi todos aparecieron en sótanos y desvanes, pues los dueños no los habían  juzgado  dignos de sus habitaciones. En Bretaña hasta los usaron como alfombras, o como pintorescos zapatos de lienzo.
Poco antes de morir, Gauguin trató de explicar, en una declaración que dejó escrita, la extraña tragedia de su vida: “Creo que el arte nace de una fuente divina y vive en el corazón de todos los hombres que han sido tocados por su luz celestial. Cuando uno ha probado las delicias del gran arte, se consagra a él inevitablemente y para siempre”. He aquí la razón de su vida.
Nació en París, Francia, el 7 de junio de 1848 y murió en Atuona, French Polynesia, el 8 de mayo de 1903.


Fuentes bibliográficas:
Biografía de Paul Gauguin, de George Kent, en los grandes pintores y sus obras maestras, de Selecciones del Reader´s Digest.
Fotografía: Cortesía de… http://www.paulgauguin.org/


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