Grandes pintores universales
PAUL GAUGUIN:
el rebelde de Tahití
Al subastador le
parecían realmente ridículos aquellos cuadros. Volvió uno cabeza abajo y dijo
riendo estrepitosamente: "¡Vean ustedes... las cataratas del
Niágara!" Y lo adjudicó por menos de quince francos. Otros siete se
remataron a cinco francos, y hubo uno por el cual solo se pagaron dos francos.
El pintor Paul Gauguin
acababa de morir
en una de las islas Marquesas, en el Pacífico, y sus
efectos se estaban vendiendo en pública subasta para pagar sus deudas. Un
pescador que se encontró tres cajones
repletos de lienzos y dibujos en
la pobre cabaña del artista, no se tomó el trabajo de venderlos, sino que los
arrojó al mar. En las islas esto se
recuerda hoy como "el error del millón de dólares", lo que no es
hipérbole, pues en 1959 un comerciante de cuadros pagó 369.000 dólares por un
solo Gauguin, y de sus mejores pinturas se puede decir que ya casi no tienen
precio. No habría escapado al maestro la ironía implícita en tales
cifras, ya que en toda su vida la pintura no le produjo más de unos
75.000 francos.
A Gauguin, sin
embargo, le tenían sin cuidado la seguridad económica y las comodidades. Su
afán inextinguible fue el ideal.
Cuando era un acaudalado
corredor de bolsa sacrificó el lujo, el bienestar y hasta la
civilización misma a su anhelo de pintar. Hoy está considerado como uno de los
grandes de la pintura moderna. Van Gogh lo llamó maestro y Picasso reconoce
la deuda que tiene con él. Infundió en todos los pintores un nuevo interés por
el color y la forma en sus valores intrínsecos. Paul Gauguin nació en París en
1848. Sus padres fueron un oscuro periodista y una dama descendiente de grandes
de España. A los diecisiete años abandonó los estudios y durante seis años
recorrió los océanos como marinero. La ruda vida del mar fortaleció al débil
muchacho, y sobre todo le inspiró el sueño que había de transformar su vida.
Una noche, sentado sobre cubierta, oyó a un compañero describir la vida en los
mares del Sur; mujeres bellas y complacientes, frutas que caían maduras de los
árboles, noche del hechizo y un sol que brillaba todos los días, Gauguin se
formó de aquello una imagen que no olvidaría jamás.
De regreso en París, a
la edad de -veintitrés años, descubrió que tenía el don de ganar dinero en la
bolsa de valores. Se empleó en una casa de corredores de bolsa, ascendió
rápidamente, hizo juiciosas inversiones y pronto ganaba sumas que equivaldrían
hoy a unos 200.000 francos anuales. Usaba sombrero de copa, iba en coche a su
trabajo y era muy conocido en los restaurantes de lujo.
Como remate de esta
carrera burguesa y convencional, se casó
con la hija de un funcionario
danés, llamada Mette Gad, rubia de temperamento calculador y
práctico que vestía correctamente, ofrecía tés muy correctos para gente
correcta y que con el tiempo dio a su marido cinco hijos. Pero en esa
época Gauguin había
descubierto ya la pintura. Al
principio le gustó a su mujer que el buen proveedor hubiese encontrado una
diversión tan inocente para entretener sus ocios domingueros. No se había
percatado aún de que su esposo no era hombre de
hacer nada a medias. Expuso este
uno de sus cuadros, Estudio de desnudo
(para el cual había servido de modelo la sirvienta de la casa), y un crítico lo
llamó el mejor desnudo que se hubiera visto desde los
tiempos de Rembrandt. En lo sucesivo comenzó a eclipsarse la carrera
comercial de Paul Gauguin, hasta
que, a la edad de treinta y cuatro años,
se retiró de la oficina el artista incipiente para dedicarse en cuerpo y alma a
la pintura.
Al cabo de un año no
tenía un céntimo. Tuvo que vender su casa, con sus alfombras y muebles
magníficos, y Mette se marchó a Dinamarca, donde los hijos
tendrían por lo menos qué comer. Gauguin la siguió. Blanco del escarnio burlón
de los daneses,
quienes solo veían
en él a un hombre que vivía a costa de su mujer y que pintaba lienzos
risibles, regresó al cabo solo a París.
Gauguin ha sido
censurado por el abandono de su mujer y
sus hijos; según él, sin
embargo, fue Mette quien lo
abandonó. Casi hasta el fin de su
vida le escribió cartas amorosas para suplicarle que
volviese a su lado. "Quiéreme mucho -le decía desde Tahití, quince años
después de su separación- , porque cuando regrese volveremos a ser amantes. Te
mando un beso de amor, un abrazo de esposo". Ella nunca acudió a su
llamada.
La leyenda de Gauguin
comienza en 1885 con su regreso de Dinamarca a París. Vivió entonces en
buhardillas desmanteladas y frías. Vestía andrajos y hasta llegó a trabajar pegando
carteles a cambio de un salario mezquino. Habiendo oído decir que en Pont-Aven,
en Bretaña, había una posada cuyo propietario
abría crédito a los pintores,
pidió dinero prestado para hacer el
viaje hasta allá. Producto de su estancia en Pont-Aven son sus paisajes
desolados y sus mujeres bretonas arrodilladas.
Todavía sin un céntimo
se trasladó a Arles, en el sur de Francia, para ir a vivir con su amigo Vincent
van Gogh. La visita culminó en un
desastre para este último, en quien el choque temperamental con el amigo
produjo un ataque de locura.
Gauguin regresó a
Bretaña. Era hombre de inmensa vitalidad, y después de todo un día de trabajo fuerzas para hacer tallas de
madera y esculturas de mármol. Lo pintaba todo: las paredes, puertas y techo
del comedor de la posada; sus zuecos, su bastón, su vestimenta.
Pese a la aprobación
de unos pocos críticos, el público consideraba “grotesco” el arte de Gauguin,
quien edad de cuarenta y dos años seguía sumido en la pobreza. Resolvió por
tanto irse a los mares del Sur, a pintar y a vivir como un primitivo;
su sueño dorado
se convertía al fin en realidad. Trataron de disuadirlo sus amigos, pero
obstinado en su propósito logró obtener el dinero para el pasaje subastando sus
cuadros.
Llegó a Tahití en 1891,
alquiló una cabaña que dominaba una laguna en el interior de la
isla y se
unió a una joven indígena que le
sirvió muchas veces de modelo.
Veintisiete meses
después regresó a Francia con muchos lienzos extraordinarios, e hizo
una exposición más de cuarenta y
cuatro cuadros, de los cuales solo pudo vender unos pocos (a un viejo amigo)
por un total de quinientos francos. Un crítico escribió: “Si quiere usted hacer
reír a sus niños, llévelos a la exposición Gauguin”.
Amargado por la
crítica, y ya con cuarenta y siete años de edad, el artista regresó al Pacífico
Sur para vivir los últimos y miserables años de su vida en Tahití primero
después en la lejana Hiva Oa, del grupo
de las Marquesas. Había contraído una enfermedad para la cual en esa época
no había curación; tenía, además, una pierna hinchada y cubierta de un eccema
persistente. Sufría lo indecible. “Espero aquí como una rata en un tonel
abandonado a las aguas”, escribió.
Muchos se imaginan a
Gauguin tendido a la sombra del árbol del pan mientras bellas polinesias cantan
y bailan en derredor de él para divertirlo. Si permanecía era porque sus pobres
piernas enfermas ya no podían sostenerlo; y si los jóvenes le cantaban, era
porque se estaba quedando ciego. “Mis luces están casi apagadas”, dijo a un
médico. Había sido hombre limpio y esmeradísimo en su persona; sin embargo,
solo e inválido, le tocó morir en una choza inmunda el año 1903, al lado de su
último lienzo conocido: un nevado paisaje de Bretaña. ¡Extraño tema para un
cuadro pintado en las idílicas islas de los mares del Sur!
Años después de su muerte, ya encumbrado su nombre
por la fama, empezó la arrebatiña de sus cuadros, con los que se topaban los
coleccionistas en bares mancebías, pensiones. El artista los había dado a
cambio de una botella de vino, una habitación para pasar la noche o un momento
de placer. Casi todos aparecieron en sótanos y desvanes, pues los dueños no los
habían juzgado dignos de sus habitaciones. En Bretaña hasta
los usaron como alfombras, o como pintorescos zapatos de lienzo.
Poco antes de morir,
Gauguin trató de explicar, en una declaración que dejó escrita, la extraña
tragedia de su vida: “Creo que el arte nace de una fuente divina y vive en el
corazón de todos los hombres que han sido tocados por su luz celestial. Cuando
uno ha probado las delicias del gran arte, se consagra a él inevitablemente y
para siempre”. He aquí la razón de su vida.
Nació en París,
Francia, el 7 de junio de 1848 y murió en Atuona, French Polynesia, el 8 de mayo
de 1903.
Fuentes bibliográficas:
Biografía de Paul Gauguin, de George Kent, en los grandes
pintores y sus obras maestras, de Selecciones del Reader´s Digest.
Fotografía: Cortesía de… http://www.paulgauguin.org/
Jairo, Excelente trabajo! gracias
ResponderEliminar