sábado, 25 de agosto de 2018



Protagonistas de la historia

LE CORBUSIER:
nombre de primera magnitud en el panorama arquitectónico contemporáneo.

Así se expresa uno de sus biógrafos,  Norbert Huse, profesor de la Universidad de Munich, quien lo define como una persona difícil para la crítica, “Su influencia sigue siendo mundialmente reconocida. Dotado de un gran talento y de un temperamento polémico y combativo. Le Corbusier utilizó el lenguaje de las formas con gran originalidad, exteriorizando con él la revolución funcional de la vivienda, que concibió como una “máquina para vivir”.

*Dedico de manera especial este artículo a dos grandes de mis amigos y excelente arquitectos José Rivas y Mihajlo Elakovic, ambos radicados en Sydney Australia. Jairo Pardey Arrieta*

Charles Édouard Jeanneret, conocido más tarde como Le Corbusier, nació en el pueblo suizo de La Chaux-de-Fonds en 1887. Perteneciente a una familia de artistas y grabadores, comenzó sus estudios en la École d'Art de su ciudad natal, bajo la dirección de L'Eplattenier. A partir de 1906, se dedicó a viajar por Europa y el Próximo Oriente, conoció y trabajó con destacados nombres de la arquitectura europea. Once años después se estableció definitivamente en París, donde conoció y colaboró con el pintor Ozenfant, fundando con él, el movimiento purista y la revista L'Esprit Nouveau. En 1924 inauguró su famoso estudio en la rue de Sevres, 35, donde continuó hasta su muerte y por el que, entre 1925 y 1965, pasaron cerca de doscientos jóvenes arquitectos de todo mundo. Con el proyecto presentado al concurso para el Palacio de las Naciones de Ginebra, alrededor de los años treinta, comenzó el primer período fértil de actividad de Le Corbusier. Pertenecen también a esta etapa el Pabellón suizo de la Ciudad Universitaria y la Ciudad Refugio de París, y el proyecto para el Palacio de los Soviets de Moscú. Después de estos años se dedicó a actividades urbanísticas en todo el mundo. En 1928 se fundaron los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM), en los que Le Corbusier desempeñó un importante papel. Fue el autor de la famosa Carta de Atenas, documento del CIAM IV. Durante los últimos veinte años de su vida, la actividad de Le Corbusier fue sorprendente, manteniéndose en la primera línea de la arquitectura internacional hasta su muerte, acaecida en 1965.

De grabador a arquitecto
Siegfried Giedion, historiador suizo de origen bohemio y crítico de la arquitectura que conocía a Le Corbusier desde 1925 y que apoyó con su pluma todas sus creaciones, escribió en el catálogo de una de las exposiciones realizadas por Le Corbusier en Frankfurt el año 1958: “... Es reservado, duro, inaccesible, desconfiado como buen montañés. Rechaza cualquier personalismo. Nadie sabe cómo es en realidad.” En general, lo poco que hoy conocemos de su persona procede del propio Le Corbusier, por lo que debemos tener en cuenta siempre una cierta estilización. Así, por ejemplo, Le Corbusier insistía en que su lugar natal había sido fundado por los fugitivos de las guerras albigenses procedentes del sur de Francia; se preciaba también de afirmar que La Chaux era un refugio que “desde los inicios de la Edad Media hasta los albores de la Revolución rusa había acogido una incesante afluencia de personas que huían de las interminables persecuciones religiosas y políticas”. Le Corbusier consideraba a su familia de raigambre francesa y remontaba sus orígenes al año 1600. Hablaba con orgullo de sus antepasados, sobre todo de su abuelo, que en 1848 había sido uno de los cabecillas de la Revolución en Neuchatel. Como escribe Jean Petit: “No hay que avergonzarse ni ocultar ese pasado de libertad, de inteligencia y, por qué no, de audacia que uno lleva en su sangre.” Raíces familiares y lugar de nacimiento explican ese “irresistible poder de atracción” que sobre Le Corbusier ejercían en el Mediterráneo “las formas puras en el espacio”, la “claridad de ideas”, la “libertad de pensamiento” y “una cierta tendencia al idealismo, rasgo fundamental de los habitantes del territorio escarpado y montañoso de Neuchatel”
Su autodidactismo le lleva al descubrimiento de los saberes más diversos; peregrino infatigable, descubre la realidad, primero, por los caminos de  Europa.  Salta muy pronto de la tranquila localidad suiza, toma un seudónimo, cambia de nombre y se bautiza con dos vocablos que habían adornado la persona de su abuelo materno; Charles-Edouard Jeanneret quedaría olvidado en la tranquilidad de Chaux-de-Fonds y se hacía a los caminos, con un bloc de notas y unas siglas para rubricar las nuevas experiencias.
Un proceso de intenso trabajo  abriría  los  primeros pasos de Le Corbusier viajero: basta observar algunos fragmentos del epistolario de aquella época dirigido a L'Eplattenier. Le Corbusier escribe a su maestro...
“... Usted dice que mi vida no tiene cabida para la diversión, sino para el trabajo intenso; se hace necesario, pues de grabador que yo era, para llegar a ser un arquitecto con la idea que yo me he forjado de esta vocación, es   necesario   dar   un   paso   inmenso...   pero   ahora que yo sé a dónde voy, podré hacer el esfuerzo... Con plena alegría,   con   entusiasmo   victorioso   daré   este paso”.

Autodidacta-Viajero
Con los honorarios de su primer trabajo inicia los viajes que le pondrían en contacto con las culturas más básicas de la Historia. Período difícil, entre un eclecticismo que presionaba la flota y la fauna de todo el pintoresquismo europeizante y unas fuerzas sociales  que  cobraban nueva forma, detrás de los planes industriales, junto a las  poderosas máquinas del   primer  industrialismo.
Le Corbusier, con sus veinte años y un bloc de notas, recorre Italia entre ruinas romanas y  columnatas  renacentistas  y aprende sus primeras lecciones de arquitecto. La arquitectura sería para el joven suizo por aquellos años un juego de luces y sombras, contrapunto que no abandonaría en toda la trayectoria compositiva de su vida  profesional.

Paris, 1908
La síntesis de arte, la pasión literaria, el mundo heterogéneo e inédito en cualquier actitud de la creación humana pasaba por París en las primeras décadas del siglo xx. Le Corbusier, aprendiz de grabador, admirador adolescente del cubismo, apasionado con los volúmenes fríos y secos de una geometría cartesiana, poeta, deseoso de expresarse con el nuevo material que aparecía torpe mente construido entre alambres y cemento, acude a París, atraído por la ciudad, foco de la producción cultural estética de la época.
Su interés por el hombre no se realiza a un nivel de auténtico encuentro con la realidad humana,  como tantas veces trata de ilustrar en sus obras, sino como el resultado de una proyección más bien narcisista. Planifica, proyecta, lo ubica y, al final, el hombre se ha perdido, queda el “módulo”, su medida y no su vida, el hombre utilizado como proceso de experiencias.

Fuente bibliográfica:
-Biografía de Le Corbusier, de Norbert Huse, Biblioteca Salvat de Grandes
 Biografías
-Biografía completa de Le Corbusier, de Antonio Fernandez Alba, Edita
  Ibérico Europea de Ediciones, S.A.
Fotografía: Cortesía de Los protagonistas de la historia, de Ibérico Europea de Ediciones.

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